8/5/17

Descolonizando el Islam. Por Wadia N-Duhni

Cuando alguien dice “El islam es una religión patriarcal” lo primero que contesto, sin acritud, es que el islam ni es una religión, ni es patriarcal. Parafraseando a Sirin Adlbi Sibai, autora de “La cárcel del feminismo. Hacia un pensamiento islámico decolonial”, el Islam no es una religión, entendiendo religión como una extrapolación del concepto cristiano-céntrico y occidental-céntrico a través de lo que ella denomina “la colonialidad de la religión”; puesto que el Islam carece de dogmas, doctrinas, instituciones o jerarquías religiosas, representantes de Dios en la tierra, o intermediarios religiosos.
El concepto “patriarcal” también es otro secuestro de la colonialidad cristiano-céntrica hegemónica. En el Islam, Dios no es padre. Dios es el Creador. No tiene género ni número, no ha engendrado ni ha sido engendrado. Jesús es el profeta del cristianismo, no su hijo. Todo esto aleja al Islam del concepto “patriarcal”. Además, ante la pregunta: ¿Quién es más merecedor de un buen trato?, el profeta del Islam (la paz sea con él) respondió “Tu madre” tres veces consecutivas antes de decir “Tu padre” –y sólo una. Tres veces antes están las madres en el Islam a la hora de establecer un trato benévolo y complaciente. Otra de las afirmaciones del profeta del Islam fue: “El mejor entre vosotros es aquel que mejor trata a su mujer”. Ese es el estatus que el Islam confirió a las mujeres en general, sin necesidad de que sean madres, y a las madres en particular. Un estatus muy patriarcal y misógino, ¿eh?
 Otro asunto radicalmente diferente pudiera ser, por cierto, lo que las sociedades árabes, patriarcales y misóginas han prostituido de ese estatus original de la mujer para su propio beneficio. Sólo hace falta transportarnos a países como Irán o Arabia Saudí para entender que lo que sucede allí no es más que el incumplimiento más radical y repulsivo de las enseñanzas de nuestro querido profeta, que era el reflejo de un islam espiritual y no político, aún no contaminado por el poder y el privilegio ilícito y degradante de los actuales y corruptos líderes y jeques árabes.

Por otro lado, el Islam persigue el equilibrio y la justicia social, y no hay equilibrio ni justicia social si no hay justicia de género.
Cuando explico con mucho orgullo que reivindico la justicia de género desde mi deber islámico, lo digo por una razón de fe muy poderosa. Hay una enseñanza del profeta del Islam que dice así: “Quien de vosotros vea una mala acción/injusticia, que intervenga (acción), si no puede intervenir, que lo condene con su lengua, y si no pudiera con su lengua, entonces que lo desapruebe en su corazón, y esto último es la mínima manifestación de la fe”.
El impacto de estas palabras es, así, poderosísimo: callar ante cualquier opresión no es una actitud islámica. El Islam no es pasivo, nos insta a la acción. No nos permite presenciar o ser víctimas de una opresión, la que fuera, y callar, aguantar, o mirar para otro lado. Cuando presenciamos una injusticia tenemos que intentar cambiarla. El concepto de poner la otra mejilla no es un concepto islámico.
Además, en el Islam no existe el “pecado original”. Todos los seres humanos nacemos libres de culpa y de pecado, razón por la cual el sacramento del bautismo no es una práctica islámica. Según la tradición islámica, Eva y Adán desobedecieron la palabra de Dios, sí, pero ella no fue en ningún momento la instigadora de la desobediencia, y, por lo tanto, asume la misma culpa que Adán, ni un grado más. Esto da lugar a tres revolucionarias interpretaciones: ni las mujeres somos fuentes de pecado, ni nacemos culpables, ni ningún ser humano carga a sus espaldas la responsabilidad de los pecados de otro.

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