Este
mundo tiene un Dios. Él es su Creador y Señor. La mayor prueba de la existencia
de Dios es el mundo mismo, que se extiende a nuestro alrededor en toda su
vastedad y complejidad, dando testimonio de la existencia de un gran Dios,
Quien, en Su infinito poder, lo controla. Si no tuviéramos más opción que creer
en el mundo, no tendríamos más opción que creer en Dios también, pues el mundo
no tendría sentido si no aceptamos la existencia de un Hacedor y Amo junto con
él. Miremos la forma tan exquisita con que el mundo ha sido configurado. ¿Cómo
podría ser así si no hubiera un Creador? Miremos el orden perfecto que en él se
mantiene. ¿Podría ser así si nadie lo controlara? La respuesta, por supuesto,
es que no podría ser. La verdad es que, así como el ser humano está obligado a creer
en el mundo que lo rodea, también está obligado a creer en Dios.
Supongamos que ponemos un guijarro en el torno de un alfarero y luego
giramos el volante muy rápido. El guijarro, por supuesto, saldrá volando, a pesar de que el torno de un
alfarero difícilmente puede alcanzar una velocidad de 40 Km/h. Ahora, pensemos
por un momento que la Tierra en que vivimos también está girando, pero a una
velocidad mucho mayor que el torno del alfarero, y aun así no salimos volando.
La Tierra gira sobre su eje a una velocidad de 1.600 Km/h, mucho más rápido que
el avión de pasajeros promedio, y sin embargo nos movemos por su superficie y
vivimos nuestras vidas diarias sin ningún temor de ser expulsados como el
guijarro del torno del alfarero. Esto en sí mismo es un milagro. La explicación
que los científicos le dan a esto es que la Tierra nos empuja con mucha fuerza
desde abajo, mientras que la presión atmosférica sobre nosotros nos presiona
contra el suelo. Una fuerza que nos atrae desde abajo y una delgada capa de aire
de 800 Km de espesor que nos envuelve, son en sí mismas milagro suficiente, y
decir que ellas explican el que no seamos expelidos hacia el espacio es darle
todavía mayor crédito a la naturaleza milagrosa de nuestro mundo.
De hecho, todo en este mundo
es un milagro. Solo pensemos en lo que ocurre cuando ponemos pequeñas semillas
en el suelo. Cada planta tiene su apariencia, sabor y
fragancia distintivos y, de acuerdo con su especie, le brinda ciertos
beneficios a la humanidad.
En todo nuestro entorno, un
mundo entero de diversidad y proporciones milagrosas se extiende ante nuestros
ojos. Por otra parte, en cada instante, una gran variedad de formas de vida
está continuamente entrando en existencia, sin ninguna ayuda del ser humano.
Incluso si todos los seres humanos en este mundo se unieran, no podrían crear
ni siguiera un pequeño grano de arena. Todo esto equivale a un milagro de
proporciones tan sorprendentes, que las palabras nos faltan para describirlo.
Cuando tratamos de hacerlo, solo lo degradamos, porque somos incapaces de
hacerle justicia con palabras humanas. Todo lo que podemos hacer es mirar
maravillados y preguntarnos: “Además de Dios, ¿qué podría haber manifestado
semejante milagro?”.
Todo en este mundo está
hecho de átomos. En su análisis final, todo objeto es una colección de estas
partículas diminutas. Y, sin embargo, por algún milagro extraño, cuando estos
átomos se unen en ciertas proporciones, forman el deslumbrante globo solar; y
cuando los mismos átomos se unen en otro lugar en proporciones distintas,
fluyen en cascadas; mientras que en otros lugares toman el lugar de brisas
sutiles o de suelo fértil. Todas estas cosas están hechas de los mismos átomos,
pero la naturaleza y las propiedades de cada objeto separado son muy distintas.
Este mundo milagroso le
proporciona a la humanidad recursos infinitos que esta pone a buen uso cada vez
que aprende a aprovecharlos. Suministros masivos que le proporcionan todo lo
que necesita para vivir son acumulados de manera continua, y el hombre mismo
tiene que hacer muy poco para utilizarlos. Tomemos por ejemplo la comida que
comemos, solo tenemos que estirar la mano para obtener cantidades enormes de
nutrientes valiosos. Una vez los tiene en su poder, la persona solo tiene que
mover las manos y la mandíbula para que el alimento llegue a su estómago. Y
luego, sin ningún esfuerzo de su parte, la comida es absorbida por el cuerpo y
convertida en carne, sangre, huesos, uñas, cabello y otras partes del cuerpo
humano.
Otro ejemplo es el petróleo,
un fenómeno terrestre; todo lo que tiene que hacer el ser humano es extraerlo
del suelo, refinarlo y ponerlo en sus máquinas y, de manera sorprendente, el
combustible líquido mantiene todo el mecanismo de su civilización funcionando
sin problemas. Innumerables recursos de este tipo han sido creados en este
mundo, y existen en cantidades suficientes para satisfacer las necesidades de
la humanidad. El papel del hombre en hacer que estas cosas existan o en
cambiarlas a una forma útil, es relativamente pequeño. Gracias a ello, con un
esfuerzo mínimo tiene sus ropas, casas, muebles, máquinas, vehículos y todos
los demás componentes y accesorios de su civilización. ¿Estos hechos no son
prueba suficiente de que existe un Hacedor y un Señor del mundo?
La Tierra gira sin cesar en dos sentidos, sobre su propio eje y en su
órbita, pero no crea ningún ruido en el proceso. Un árbol trabaja del mismo
modo que una gran fábrica, pero no emite humo. A diario, un sinnúmero de criaturas
muere en el mar, pero no contamina el agua. El universo ha estado funcionando
de acuerdo con el orden divino durante miles de millones de años sin haber
tenido que ser reorganizado, pues todo en la forma que está organizado es
perfecto. Hay incontables estrellas y planetas moviéndose por el espacio, que
mantienen su velocidad y nunca se quedan rezagados ni exceden su ritmo. Todos
estos milagros son de primer orden son, de lejos, más maravillosos que
cualquier cosa creada por el ser humano y ocurren a cada instante en este mundo
nuestro. ¿Qué otra prueba podemos necesitar de que el poder de un Gran Dios
está detrás de este mundo?
Cuando nos fijamos en las
distintas formas de vida, atestiguamos un espectáculo sorprendente. Ciertos
objetos materiales se unen en un solo cuerpo y se convierte en una criatura
como un pez que nada en el agua, o un pájaro que vuela en los cielos. De la
gran cantidad de criaturas que abundan en la Tierra, la de mayor interés para
nosotros es el ser humano. De un modo que es un misterio para nosotros, este
está moldeado en una forma bien proporcionada. Los huesos dentro de él toman la
forma significativa del esqueleto que es cubierto con carne y sellado con una
capa de piel, de la que brotan cabellos y uñas. Con la sangre corriendo por los
canales dentro de este marco, la suma de todo esto da como resultado a un ser
humano que camina, sostiene cosas en sus manos, oye, huele, saborea, tiene una
mente que recuerda cosas, acumula información, la analiza y la expresa en el
habla y en la escritura.
La formación de un ser tan
sorprendente a partir de material inerte es más que un milagro. Las partículas
de las que está compuesto el ser humano son las mismas que componen la tierra y
la piedra, pero ¿acaso alguna vez hemos escuchado a un poco de tierra hablar o
hemos visto a una piedra caminar por ahí? La palabra milagroso es apenas
suficiente para describir las capacidades del ser humano, pero ¿qué más hay
para este caminar, hablar, pensar, sentir, que lo distinga de la tierra y la
piedra? Este factor es la vida.
El ser humano solo tiene que pensar en la naturaleza de su propio ser
para entender la naturaleza de Dios. El ser, el ego en los humanos, tiene una individualidad
propia que es muy distinta a la de los demás seres de su propia especie que
viven en esta Tierra. El ego del ser humano está absolutamente seguro de su
propia existencia, es la parte del ser humano que piensa, siente, forma
opiniones, tienen intenciones y las pone en práctica. También decide por sí
mismo qué curso de acción tomar. Por lo tanto, todo ser humano es una
personalidad separada con una voluntad y un poder propios. Creer en Dios es
similar a creer en uno mismo ya que está sujeto a un proceso mental similar.
Para explicar esto más a fondo, Allah dice en el Corán que el ser humano es en
sí mismo una amplia evidencia para sí; de la misma manera, uno solo tiene que
mirar su propia sorprendente creación para afirmar la existencia de Dios.
La gente exige alguna prueba
milagrosa antes de creer en la verdad de Dios y Su mensaje. Pero ¿qué mayor
prueba requieren cuando tienen el milagro del universo entero que ha estado
funcionando perfectamente durante millones de años en la más vasta de las
escalas? Si el incrédulo no está preparado para aceptar semejante milagro tan
grandioso, ¿cómo va a despejar sus dudas viendo milagros más pequeños? En
verdad, el ser humano ha sido dotado con todo lo que necesita para que pueda
creer en Dios y luego ponerse a Su servicio. Si a pesar de esto él no cree en
Dios y no reconoce el poder y la perfección de Dios, entonces es él mismo y
nadie más quien tiene la culpa.
Quien ha encontrado a Dios
ha encontrado todo. Después de descubrir a Dios, ya no queda ningún
descubrimiento por hacer. Por lo tanto, cuando una persona ha descubierto a
Dios toda su atención se enfoca en Él. Dios se convierte para él en una fortuna
que atesora, y a partir de entonces es a Él a quien recurre para todas sus
necesidades materiales y espirituales.
Supongamos que alguien se
come una manzana, pero no detecta en ella ningún sabor ni recibe de ella ningún
nutriente. Podría decirse que no se ha comido ninguna manzana, solo algo que
parece una manzana. Lo mismo puede decirse sobre darse cuenta de la existencia
de Dios. Alguien que realmente ha descubierto a Dios saboreará felizmente la
esencia de esa experiencia; pero cualquiera que afirme haber descubierto a Dios
sin esa sensación de euforia, sin duda no ha hecho tal descubrimiento, solo ha
descubierto algo que erróneamente cree que es Dios, como quien se come una
manzana falsa y no obtiene de ella ninguna satisfacción.
El mundo de Dios es una colección de átomos. En su forma elemental, todo
consiste del mismo tipo de material inerte; pero Dios ha moldeado esta materia en una incontable
diversidad de formas: luz, calor, vegetación y agua.
Él también ha investido a
la materia inerte con las propiedades de color, sabor y olor; y por todas
partes Él ha puesto las cosas en movimiento, controlándolo cuidadosamente por
medio de la gravedad. Descubrir al Dios que ha creado tal mundo es mucho más
que adquirir un credo seco, significa llenarse el corazón y el alma con el
brillo radiante de la luz divina y abrir la mente propia a la belleza y
delicadeza increíbles.
Cuando comemos frutas
deliciosas, esto nos da una gran sensación de disfrute. Cuando un niño hermoso
nace de una pareja, su alegría no conoce límites. Entonces, ¿qué hay de nuestra
experiencia de Dios, que es la fuente de toda belleza, alegría y virtud? ¿Puede
uno mantenerse impasible al descubrirlo a Él? Esto es algo difícil de imaginar,
pues una experiencia tan sublime ciertamente deja su marca en uno.
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